top of page
imagen-flores-nueva.jpg

ESTAR EN CASA

Buscar

Creo

  • Foto del escritor: Paz Salsamendi
    Paz Salsamendi
  • 21 ene 2024
  • 2 Min. de lectura
ree

«Yo creo en el Dios que tiene Roberto en la cabeza, el Dios que tiene Nando en las piernas, creo en las manos de Daniel cuando corta la carne, yo creo en ese Dios.»

Es una de las escenas que más me llegó de la película La sociedad de la nieve, palabras muy francas de Arturo dichas a su amigo Numa que lo escucha con hondura, ambos protagonistas de la experiencia extrema de la tragedia de los Andes.


Cuidarse unos a otros, darse valor, cortar la comida de los demás para que no se sintieran mal al hacerlo, sostener la cabeza del que vomitaba, hacer rimas para matar el aburrimiento, abrazarse y orar ante el destino incierto, salir a caminar, quedarse, limpiarse las heridas, despedir a los que iban muriendo y recoger algunos de sus objetos para un día, si se salvaban, llevarlos a sus familiares... una real avalancha de amor en miles de manifestaciones. Una real y palpable presencia de Dios en todas esas personas. Todo estaba congelado en la montaña, excepto sus corazones, que los movieron a protegerse unos a otros, como podían.


Cincuenta años después de la tragedia, uno de los sobrevivientes confirmaba en una entrevista: «El Dios que tenía yo cuando era chico era castigador, daba miedo... Nosotros en la cordillera conocimos un Dios bondadoso. A pesar de todo lo que pasaba estaba contigo, te aceptaba, te acompañaba. El Dios nuestro era el amor, la solidaridad, la vocación de servicio. Dios está adentro de cada uno y en las acciones.»

Para él, lo que vivieron en la montaña fue, más que una tragedia o un milagro, una historia de amor.

«La energía más grande que existe –para mí- es el amor. Y Dios es amor. En la cordillera Dios estaba presente en la persona que te masajeaba los pies para que no te mueras congelado.»

 

En el siglo XIX, santa Teresita también se había cuestionado la imagen que se tenía en su época de Dios justiciero, inspirador de miedo y que reclamaba sacrificios. Y releyendo el Evangelio, redescubrió que el mensaje central de Jesús es que el Dios verdadero es ternura y misericordia, un Padre que nos ama infinitamente.


Creo en ese Dios que es amor. Y este creer, para mí, no es sólo la frialdad de un conocimiento intelectual, sino disponer nuestra vida entera para aceptar la invitación que nos hace a tratar de vivir a su modo: mirar con su mirada, perdonar con su corazón, acompañarnos con su cariño, cuidarnos con su ternura. Amarnos unos a otros, como él nos amó.


Así imagino que lo harían los integrantes del grupo de los Andes, conscientes o no de la real presencia de Dios entre ellos. «La persona que ama, aunque no tenga fe, tiene a Dios, aunque no sea consciente de que esa fuerza de la caridad que lleva consigo es Dios.» Esto explicó, también con amor, un sacerdote hace tiempo, y tomé nota para recordarlo.


Creo en ese Dios que es amor. Que nos ama a TODOS, en la historia sagrada de la vida de cada uno, desde siempre. Y veo que somos felices cuando reconocemos y compartimos su amor entre nosotros con sencillez en la variedad de circunstancias que nos ofrece cada día. 💕

 
 
 

Comentarios


¿Te gustaría recibir aviso de nuevas publicaciones?

Recibirás un e-mail cada vez que haya una nueva publicación.

Muchas gracias por subscribirte.

Creado con Wix.com

bottom of page